El amanecer se reflejaba en las
gafas de sol de dos jóvenes muchachos, se hallaban sentados en el banco de un
pequeño parque infantil. Reinaba un silencio que se vio interrumpido por los
pasos de un tipo que hacía footing.
¿Te parece normal?- Comentó Santi
haciendo un esfuerzo para no sonar demasiado ronco- ¡Qué putas ganas de hacer
ejercicio a estas horas!
Es cierto, no entiendo como no le
apetece más vomitar al lado de un columpio- rió Mario.
Eso ha sido un golpe muy bajo-
dijo Santi recalcando el “muy”.
Mario siguió con la mirada al
hombre que iba corriendo hasta perderle de vista. Era fácil, en un momento como
ese, menospreciarse y sentirse culpable al compararse con él, pero tampoco
terminaba de entender un modo de vida en el que ignorase sus impulsos,
consideraba que el mundo era suyo por más que este se riera de él. Su resaca y
su frustración no eran más que un pequeño precio a pagar
No recordaban mucho de esa noche,
tampoco lo necesitaban, sabían que había estado llena de risas, pero que su
dignidad seguramente no quedó muy bien parada. Habrían tenido charlas a grito
pelado entre balbuceos ebrios y seguramente habrían hecho el ridículo ante algún
grupo de chicas, con burdos y desesperados intentos de seducción.
Al empezar a recordar avergonzado
alguna de esas cosas, Mario empezó a canturrear para distraerse “we all live in a yellow
submarine, yellow submarine, yellow submarine…”
Creo que a María le gustaba-
interrumpió Santi.
Bueno, es innegable que hiciste
que se divirtiera- volvió a burlarse Mario.
¡Bah! Que envidia que tienes…-
Santi no se extendió mucho en su defensa debido a un repentino retortijón el
estómago- sea como sea lo pasamos bien- sentenció.
Pues claro coño- afirmó Mario- Buenos
o malos, no hay nada mejor que unos tragos entre colegas…
Ambos se rieron y siguieron allí hasta
que salió completamente el sol. De algún modo esos momentos resultaban muy
reconfortantes.
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