viernes, 25 de enero de 2019

Un largo paseo


                —Quédate conmigo.

Se quedó mirando, observando cómo se iba alejando lenta pero inexorablemente de él. Y cuando se detuvo, supo la respuesta que iba a darle.

                —No.

El dolor fue intenso al oírlo de su boca, a pesar de las muchas veces que ya lo había imaginado en su cabeza. Es entonces cuando el enfado dio paso a una compasión que todavía le dolía más, se dio la vuelta para mirarle por última vez y le dijo “adiós”.

               —Adiós - Respondió con resignación, tratando de tapar todo lo posible su dolor.

No sabe el tiempo que se quedó allí quieto, el sol ya apenas arrojaba luz y por fin dio media vuelta y se puso a caminar. No regresó a casa ni se dirigió a ningún lugar en concreto. Solo caminaba a paso lento incapaz de pensar en nada, con un dolor que le paralizaba la mente y al que no había forma de reaccionar. Nada parecía ya tener sentido, y todo cuanto miraba, o se le viniese a la cabeza daba exactamente igual.

El paseo que empezó en aquel triste atardecer, pareció prolongarse durante semanas y meses. Sin darse cuenta vivía por inercia, desde fuera podía parecer el de siempre, pero todo lo que hacía, lo que hablaba, incluso lo que comía y bebía lo observaba como si lo estuviera haciendo otra persona. Al principio era duro, pero acabó acostumbrándose a ello como algo natural. Asomarse al espejo se había convertido en una breve mirada a un desconocido, cuyo rostro a veces le resultaba familiar. Aunque la indiferencia siempre vencía a la curiosidad, y veía a ese tipo como si fuese un simple mueble más.

            —No te creo, este no puede ser tu final.

Aquellas palabras le pillaron de improviso, estaba charlando con una amiga sobre el futuro, sobre como sería su vida dentro de unos años y el se limitaba a quitarle importancia a hablar de seguir con un buen trabajo y tener una vida digna sin tener que depender de nadie. Él hablaba con su habitual cinismo, así que no entendía a que venían esas palabras.

          —¿Cómo?

         —Siempre me callo, y ya no puedo más. Crees que nadie se da cuenta, pero es evidente que no estás bien.

En ese momento algo pareció moverse dentro de él, algo que creía muerto y que de repente le golpeaba con todas sus fuerzas para demostrarle que seguía ahí. El golpe había sido fuerte, pero saco fuerzas para mirar a los ojos a su amiga, a quien de repente parecía volver a ver desde hacía mucho tiempo. Pudo ver su enfado, pero sobre todo su preocupación. Él se quedó sin palabras, pero ella continuó.

          —Se que no eres un gilipollas, aunque te empeñes en demostrar lo contrario. Por eso estoy aquí contigo, y se te quiere.

Cuando empezaba a volver a notarse como siempre, paralizado e incapaz de reaccionar, notó una mano sobre su hombro. Fue entonces, cuando aquello que parecía muerto se materializó en una lágrima, a la que de golpe le seguían muchas más. Notó como el llanto le liberaba, como la sangre volvía a correrle por las venas y le ayudaba a cerrar fuertemente los puños. Abrió los ojos desafiante, sabiendo que ese solo era el comienzo. Pero de momento podría volver a casa, y el paseo que había comenzado aquella lejana tarde llegaba a su final.