domingo, 28 de enero de 2024

La carga de una decisión

 Hay quien dice que no hay nada peor que afrontar la pérdida, seguir adelante cuando tu mente y tu corazón permanecen atrás. Y estoy de acuerdo, pero matizaría esta afirmación. Porque esta carga puede ser aun mayor, cuando parte de tu propia decisión, porque crees que es lo correcto.

Es verdad que en ocasiones te puedes envalentonar, creer que estas afrontando aquello de lo que otras personas huyen. Y cuando piensas de más, llegas incluso a creerte que ofreces una suerte de revolución, que estas por encima de lo que otros no soportan, que eres un héroe estoico del que se podría hacer una película.

La cura de humildad llega de manera silenciosa, cuando menos te lo esperas. Y llega en forma de un objeto que te ves obligado a ocultar, de música que ya no puedes escuchar, de recuerdos que mientras mas bellos son, más duelen, o de planes que tienes que archivar hasta el fin de los tiempos. Estas cosas, e innumerables más dejan en tu corazón vacío inabordable, con el que no hay estoicismo ni resiliencia posible para sostenerle la mirada.

No sigues adelante por ser nadie especial, sino porque no hay otra opción. Solo lo soportas porque ya sabes que se pasará. No le pones voz más allá de estas líneas porque no sabes que lucha están teniendo los demás. Y no puedes culpar a nadie porque es tu decisión.

Hay cargas que vienen dadas y otras te echas tú mismo encima, porque crees que son necesarias. Negocias con la culpa y con la duda, aunque la factura acabará siendo la misma. Y solo puedes rezar por no haberte equivocado, respetar tu propia convicción y tener fe en ella, porque sientes que no hay alternativa.

Si has leído hasta aquí sabes que agradezco el apoyo, la compañía en estos días complicados. Y que no hay que preocuparse, porque me desahogo en los días malos, pero se que quedan muchos buenos por disfrutar. Porque elija la carga que elija, pesen lo que pesen mis decisiones, tengo la fortuna de estar rodeado de los que confían en que hago lo correcto. Y para mi eso vale más que estar acertado.

Gracias a quienes lo saben, por todo.

Siempre vuestro.

jueves, 15 de diciembre de 2022

Todo lo que ahora te puedo decir

 Todo tiene ahora menos de sentido. cada cosa que me sucede buena o mala, cada nuevo viaje, cada avance en mi vida, incluso en cada partido de futbol que veo, todo parece tener un poco menos de sentido.

De algún modo siempre has hecho mella en el corazón de todo aquel que se acercaba a ti. Sabían desde ese momento que podían contar contigo. Incluso quien te conociese a través de mí, ya me preguntaba por ti la siguiente vez que me veía. Nunca he terminado de entenderlo, te observaba y buscaba las respuestas, pero el efecto me sigue sorprendiendo incluso ahora que no estas.

Ahora creo que empiezo a entenderlo, al relativizarse lo malo y echar en falta todo lo bueno, comprendo un poco mejor la fuerza que ejercías. Con tu voz, tu energía y el cariño que demostrabas a los tuyos. Un todo que era más grande que la suma de sus partes. Y que a su vez deja un vacío igual de grande. Aquel del que me hablaste tantas veces y del que ahora comienzo a tomar conciencia. Es triste que te hayas tenido que ir para que lo entienda, duele demasiado, pero no había otra manera.

Tal vez llegue el día en que no observe ese vacío al final de cada camino que tome y no me quede paralizado. Sé que algún día le tendré que devolver la mirada, como tanta gente lo hace y vive haciéndolo día a día, sin alardes.

Eso es todo lo que ahora puedo decir, lo que quería expresar. Y por encima de todo eso, que siempre te voy a echar de menos, eres parte de mí, de lo que soy, de lo que he sido y de lo que seré, para bien y para mal.

Siempre contigo.



viernes, 16 de abril de 2021

El punto en el camino

 Ahora entiendo todo un poco mejor, algunos se dejan llevar siempre por la corriente y otros, en un momento determinado, elegimos un camino. Es liberador elegir cambiar las cosas, permitirte ir hacía donde quieres. Caminamos estoicos y nos creemos invulnerables, invencibles. Pero ese camino lleva finalmente a un punto en que tenemos que parar, descansamos, echamos la vista al cielo y durante un rato dudamos de todo. Te vienes abajo, todo cae encima de ti, te duele y en cierto modo sientes alivio.

Y rebuscamos entre las perspectivas desechadas, con la idea de librarnos de nuestras propias imposiciones. Una liberación con unos segundos de euforia, aunque sin poder evitar que una pequeña parte nos diga que ya no sirve de nada. Llega un punto en que ni engañarnos funciona ya. Sacudimos la cabeza y retomamos nuestros pasos sin cambiar la dirección.

Y asumimos las consecuencias, que no todos entiendan lo que hacemos o hacía donde vamos, o por qué ahora todo tiene que ser diferente. Sentir que decepcionas, que abandonas, que traicionas lo que esperaban de ti. Lo sabes porque antes lo has sentido así desde el otro lado, un círculo que te ves cerrando cuando creías que seguías una línea recta para nunca hacer sentir a nadie igual.  

De verdad que creo que ahora entiendo todo un poco mejor.



viernes, 25 de enero de 2019

Un largo paseo


                —Quédate conmigo.

Se quedó mirando, observando cómo se iba alejando lenta pero inexorablemente de él. Y cuando se detuvo, supo la respuesta que iba a darle.

                —No.

El dolor fue intenso al oírlo de su boca, a pesar de las muchas veces que ya lo había imaginado en su cabeza. Es entonces cuando el enfado dio paso a una compasión que todavía le dolía más, se dio la vuelta para mirarle por última vez y le dijo “adiós”.

               —Adiós - Respondió con resignación, tratando de tapar todo lo posible su dolor.

No sabe el tiempo que se quedó allí quieto, el sol ya apenas arrojaba luz y por fin dio media vuelta y se puso a caminar. No regresó a casa ni se dirigió a ningún lugar en concreto. Solo caminaba a paso lento incapaz de pensar en nada, con un dolor que le paralizaba la mente y al que no había forma de reaccionar. Nada parecía ya tener sentido, y todo cuanto miraba, o se le viniese a la cabeza daba exactamente igual.

El paseo que empezó en aquel triste atardecer, pareció prolongarse durante semanas y meses. Sin darse cuenta vivía por inercia, desde fuera podía parecer el de siempre, pero todo lo que hacía, lo que hablaba, incluso lo que comía y bebía lo observaba como si lo estuviera haciendo otra persona. Al principio era duro, pero acabó acostumbrándose a ello como algo natural. Asomarse al espejo se había convertido en una breve mirada a un desconocido, cuyo rostro a veces le resultaba familiar. Aunque la indiferencia siempre vencía a la curiosidad, y veía a ese tipo como si fuese un simple mueble más.

            —No te creo, este no puede ser tu final.

Aquellas palabras le pillaron de improviso, estaba charlando con una amiga sobre el futuro, sobre como sería su vida dentro de unos años y el se limitaba a quitarle importancia a hablar de seguir con un buen trabajo y tener una vida digna sin tener que depender de nadie. Él hablaba con su habitual cinismo, así que no entendía a que venían esas palabras.

          —¿Cómo?

         —Siempre me callo, y ya no puedo más. Crees que nadie se da cuenta, pero es evidente que no estás bien.

En ese momento algo pareció moverse dentro de él, algo que creía muerto y que de repente le golpeaba con todas sus fuerzas para demostrarle que seguía ahí. El golpe había sido fuerte, pero saco fuerzas para mirar a los ojos a su amiga, a quien de repente parecía volver a ver desde hacía mucho tiempo. Pudo ver su enfado, pero sobre todo su preocupación. Él se quedó sin palabras, pero ella continuó.

          —Se que no eres un gilipollas, aunque te empeñes en demostrar lo contrario. Por eso estoy aquí contigo, y se te quiere.

Cuando empezaba a volver a notarse como siempre, paralizado e incapaz de reaccionar, notó una mano sobre su hombro. Fue entonces, cuando aquello que parecía muerto se materializó en una lágrima, a la que de golpe le seguían muchas más. Notó como el llanto le liberaba, como la sangre volvía a correrle por las venas y le ayudaba a cerrar fuertemente los puños. Abrió los ojos desafiante, sabiendo que ese solo era el comienzo. Pero de momento podría volver a casa, y el paseo que había comenzado aquella lejana tarde llegaba a su final.



sábado, 29 de diciembre de 2018

Esta noche


Esta noche, después de mucho tiempo, me apetece que alguien más puede leer mis palabras, por pocos que seáis. Todo lo que he escrito en los últimos meses he preferido reservarlo para mí. Pero hoy quiero romper ese silencio al que me he estado acomodando, gritaros que sigo aquí. Necesito ignorar durante un rato a esas voces que me dicen que es mejor alejarme de todo, haciendo el menor ruido posible.

Esta noche me gustaría salir a caminar, levantar de una vez la cabeza, dejando de esperar lo inesperado para simplemente sonreír. Quiero tomar tranquilamente una copa sin buscar ninguna respuesta al final de esta, olvidarme de buscar nada nada que me complete, para verme de una vez como una unidad. Y reírme de mi mismo, antes de hacerlo con los demás.

Esta noche quiero dejar atrás lo que ha pasado y dejar para el futuro lo que pasará, para centrarme en estar con vosotros y olvidarme de todo lo demás. Que al final no es para tanto, porque, después de casi 30 años, ves que es mejor limitarte a vivir y dejar fluir, una lección que ya no quiero olvidar más. Quien quiera unirse es bienvenido, y quien no, pues sin rencores. Ya sabéis donde me podéis encontrar.

Siempre vuestro.



martes, 28 de febrero de 2017

Algo que hacer

Estaba encerrado en su cuarto, tumbado boca abajo en su cama, con la cara hundida en la almohada y los puños cerrados sobre su sien. La persiana estaba bajada y apenas un par de rendijas en ella dejaban pasar unos finos hilos de luz. La cabeza del tipo estaba tan saturada como su reducido entorno. Su mente parecía a punto de explosionar hasta que, en un impulso, se dio media vuelta y abrió los ojos: la oscuridad y el aire viciado le obligaron a incorporarse y salir de ahí.

Sin fijarse en lo que llevaba puesto, el chico se puso unas zapatillas, cogió su chaqueta, se puso unos auriculares y salió de su casa. El aire de la calle parecía devolverle poco a poco a la realidad, como si esta fuera un lugar que no pisaba hace tiempo y que ya no es como recordaba.

Apenas había gente a su alrededor y a medida que avanzaba todo se volvía más desértico, hasta verse solo, rodeado de los viejos edificios de un barrio lejano y de un viento que habría movidos las ramas de los árboles y las plantas si hubiera alguna allí. El alto volumen de su música no impidió que escuchara el inconfundible sonido de un fuerte pelotazo contra un muro. Al darse la vuelta vio a un niño que  pateaba un balón de futbol y lo hacía rebotar una y otra vez, cada vez con más fuerza. Fue entonces cuando decidió prescindir de los auriculares y observar.

Una vez apagado el sonido de la música, pudo oír con más fuerza la pelota que iba y volvía una y otra vez de las botas del chico, además de cómo este empezaba a jadear progresivamente, lo que le hacía pensar que ya llevaba un rato sin parar de chutar contra esa pared. Finalmente acabó perdiendo el control del balón, tras un último disparo con todas sus fuerzas que acompañó con un grito ahogado.

El balón fue a parar a sus pies, mientras el chico le miraba jadeando, con las manos en las rodillas e indicando con un gesto de cabeza que le pasase el balón.

¿Por qué no intentas descansar? –dijo mientras se animaba a intentar dar unos toques al balón, que se le cayó al pasar del tercero.

Eres muy malo señor, devuélvemela anda –respondió sin un ápice de vergüenza el niño.

La primera sonrisa que había tenido en tiempo apareció en su cara, pisó el balón y miró detenidamente al chico- puedes decirme que soy malo, pero si vuelves a llamarme señor, te demostraré que aun se como soltar un buen pepinazo como para que tengas que ir bien lejos a buscar tu balón -sus palabras no denotaban que lo dijera como una auténtica amenaza.
Venga que si, échamela –ordenó ya impaciente el chico.

Le ignoró y le siguió observando, la cara de aquel muchacho parecía tener restregones de lágrimas alrededor de sus ojos- Igual podrías descansar un  poco –esta vez su tono comenzaba a ser serio, fuera lo que fuese, aquel no era simplemente un chaval con ganas de jugar al fútbol.

Dámela por favor –a pesar de los modales, en su forma de hablar se podía ver el primer atisbo de rabia.

En cuanto te tranquilices- dijo con calma. Al instante el chico hizo una inspiración, puso los brazos en jarra y cambió su gesto. Pasados unos segundos, le pareció adecuado devolverle el balón. Al tener de nuevo la pelota en sus pies, el chico no se apresuro a seguir con lo suyo, si no que se le quedó mirando.

Pásamela otra vez –se oyó decir de improviso. El chico obedeció y le dio un pase raso con el interior del pie. Estuvieron devolviéndose pases durante un rato, sin mediar palabra, no sabía donde quería llegar con aquella situación, pero el sol empezaba a ponerse, y aquel chico no estaba lo suficientemente abrigado para el aire fresco que comenzaba a levantarse.

Vuelve ya a tu casa chaval, tus padres deben estar esperándote- dijo con toda la amabilidad posible.

¿Y por qué no seguimos jugando? Me gustaría practicar mi tiro con un portero –el chico ahora no parecía el mismo con el que se encontró, la rabia y la irreverencia habían dado paso a la súplica y la dulzura propia de un niño de su edad.

Es tarde, quizá otro día ¿Vale? –le devolvió el balón y se dio la vuelta. Ahora que se había despejado, le apetecía volver a casa, darse una buena ducha y poner un rato la televisión mientras tomaba una cerveza y... No quiero volver a casa –oyó decir a su espalda.

Se frenó en seco, no quería darse la vuelta, era obvio que el chico tenía problemas, pero no eran los suyos, hacía tiempo que había aprendido a no entrometerse en la vida de nadie más de lo necesario. Sin embargo se giró y allí lo vio, el miedo y la tristeza más absoluta en el rostro de un chiquillo que no podía tener más de diez años. El mundo se le vino abajo, pero sus ojos volvían a abrirse más que nunca, había despertado, su cabeza pareció olvidar todo aquello a lo que le daba vueltas y su único deseo era ayudar a aquel renacuajo que le había hecho volver a tener contacto con un balón de fútbol.

Se sentó en un bordillo, invitó al pequeño a que le acompañase y le puso su chaqueta por encima. No sabía que le diría ahora, pero algo tendría que hacer.

miércoles, 4 de enero de 2017

Menos palabras

No voy a ser yo el que ponga en duda el poder de la palabra, especialmente en nuestra mente, la forma en que te hablas a ti mismo puede hacer una gran diferencia.  Pero una cosa son las palabras en nuestra cabeza y otra la palabra que damos a los demás, porque es tan fácil hablar y presentarse como la persona ideal, el amigo que todos quisieran o el yerno perfecto, que caemos en la tentación de hacer una propaganda barata de nosotros mismos, hasta el punto en el que a un servidor ya le dan ganas de echar la pota.

En los últimos meses no he escrito nada por aquí, principalmente por falta de inspiración, desgana y porque, la verdad, no creo que nada de lo que os hubiera hecho leer mereciese la pena. Pero a partir de cerrar la puta boca también he aprendido a valorar a la gente que, valga la redundancia, mantiene la boca cerrada y habla por sus actos. La gente que conversa menos, o que no siempre habla de cosas tan trascendentales (como hago yo demasiadas veces en este blog) y se limita a comunicarse con su actitud, la cual puede ser a veces mejor y otras peor, pero siempre es auténtica.


Creo que debería haber menos palabras porque muchas  veces pueden ser máscaras, que ocultan quienes somos de verdad, y podemos hacer creer que predicaremos con lo que decimos, o lo que es peor, ser nosotros los que nos creamos esas palabras y llevarnos terribles decepciones. Es posible que ahora escriba menos sobre lo que pienso, lo que siento o de mis puñeteros ideales. Ni yo ni nadie es un ejemplo, y ya va siendo hora de dejar de esforzarnos tanto por serlo. Así que espero que cada vez haya menos palabras, ya que, yo por lo menos, me fijaré más en los hechos.