Casi nunca vemos de donde vienen los golpes, en ocasiones
podemos sentirnos como un boxeador que no localiza a su rival en el
cuadrilátero. Siempre alerta pero sin ver venir ni una sola de las hostias que
le están lloviendo.
Levantas de nuevo la cabeza y tratas de recuperarte
pensando que la próxima la pararás, es entonces cuando viene la ráfaga más
fuerte… ¡pam!, ¡pim!, ¡pam!, ¡pum!
La sangre te gorgotea por la cara, te consuelas con su
sabor metálico y esbozas una sonrisa como única defensa ante tal descabellada
paliza.
Tus piernas te tiemblan y la vista se te emborrona, tu k.o
es inminente y en el encontrarás tu consuelo, lo sé, lo sabes…
Pero ahora tienes un respiro, y tirarse al suelo es tan
apetecible como absurdo, tu deber es seguir sufriendo, soltar tu ira aunque sea
golpeando al aire con la esperanza de estrellarte con algo. Así solo logras
zarandearte de un lado al otro por el ring… lo que para colmo propicia un nuevo
contragolpe de tu rival, que ahora está dispuesto a acabar definitivamente contigo.
Esta vez te has cubierto y logras empujarle, distanciarle y
por primera vez observarle ¿Cómo no lo habías hecho antes?
Nos ocurre a menudo, no localizamos el problema aunque este
delante de nuestras narices, ese púgil despiadado lleva demasiado tiempo
riéndose de ti sin verte reaccionar. Pero tranquilo colega, empieza un nuevo
asalto…
Según la perspectiva del momento, el eterno rival: la Vida; el mayor, el más sutil y el que más cuesta ver: uno mismo.
ResponderEliminarQue razón tienes amigo simón, puedes tener el problema delante tanto tiempo que luego es demasiado tarde evitarlo.
ResponderEliminar